La verdadera fortaleza
nunca necesita demostrarse ni protegerse. No hace alardes cometiendo
actos osados o impulsivos, ni necesita portar armas para defenderse.
Es humilde y está al servicio de quien en verdad lo necesita, sin
caer en servilismos vanos. Es sobre todo sabia y despreocupada. Tiene
confianza en la vida y en la vida más allá de esta vida. Practica la indefensión: si es todopoderosa
¿para qué querría defenderse?
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