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viernes, 21 de septiembre de 2018

Lección 235 de Un Curso de Milagros

Dios, en Su misericordia, dispone que yo me salve

1. Tan sólo necesito contemplar todo aquello que parece herirme, y con absoluta certeza decirme a mí mismo: "La Voluntad de Dios es que yo me salve de esto", para que de inmediato lo vea desaparecer. Tan sólo necesito tener presente que la Voluntad de mi Padre para mí es felicidad, para darme cuenta de que lo único que se me ha dado es felicidad. Tan sólo necesito recordar que el Amor de Dios rodea a Su Hijo y mantiene su inocencia eternamente perfecta, para estar seguro de que me he salvado y de que me encuentro para siempre a salvo en Sus Brazos. Yo soy el Hijo que Él ama. Y me he salvado porque Dios en Su misericordia así lo dispuso.
2. Padre, Tu Santidad es la mía. Tu Amor me creó e hizo que mi inocencia fuese parte de Ti para siempre. No hay culpabilidad o pecado en mí, puesto que no los hay en Ti.
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Reflexión: Si participas de la locura sin saberlo, te mantiene atrapado. Necesitas volverte consciente en el proceso de observarla y sólo entonces habrás tomado distancia para poder escapar de ella. Es como cualquier enfermedad que padeces sin saber que la tienes, la cual no la puedes tratar mientras la desconoces.

Lo que te hiere y te crea infelicidad no es más que un estado mental manifestando algún grado de demencia, el cual puede ir desde el mayor de los dolores o desesperación, pasando por un estado intermedio de preocupación, hasta cualquier pequeño malestar o incomodidad. Esa demencia, o locura, es producida por tu identificación con el ego y sus creencias, quien se piensa separado de Dios y tiene que lidiar con un montón de problemas que él mismo crea. 

El ego no te puede brindar verdadera felicidad, si acaso alguna alegría siempre transitoria apoyada en ideas fantasiosas. Pero Dios ha dispuesto que tú te salves y sientas dicha constante porque eres semejante a Él. Todos tus problemas e infelicidad se resumen en un sólo problema básico de identificación con tu ego que queda resuelto cuando recuerdas que en realidad eres el Hijo de Dios, y que el Padre te mantiene a salvo en Su Amor, pues nunca puedes perder Su condición. Tus pensamientos imaginarios de pecado y culpa y la infelicidad que te crean no son más que nubes que pueden ocultar pero nunca destruir tu inocencia.

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