Había una vez un Hijo que partió lejos de su hogar en busca de aventuras. Llevaba consigo el recuerdo de innumerables experiencias alrededor del pozo que había en el patio de su casa, pero el mundo era vasto y las voces por las que se dejaba llevar muchas, y pronto se olvidó de él.
En su búsqueda de peripecias buscó sin saberlo otros pozos, pero unos estaban secos y otros envenenados. Cuando ya no le quedó nada más que sed, recordó su viejo pozo, cómo ayudaba a su Padre a sacar agua de él para servir a todas las necesidades de la casa, y cómo bebía y saciaba su sed con aquel agua tan fresca y cristalina.
Entonces, un día ya no pudo más, se sentó y lloró amargamente. Y en el silencio, de pronto comprendió que sus sueños le estaban queriendo decir algo. El pozo lleno de barro significaba que primero debía limpiar, no el pozo, sino su corazón. La cuerda que se rompía significaba su falta de paciencia y la necesidad de trenzarla de nuevo; y el cubo roto significaba que había perdido su autoconfianza, su autoestima y su entereza. Se sentía avergonzado y culpable consigo mismo por haberse comportado como lo había hecho todo el tiempo. No se sentía un Hijo digno. Y lo peor, estaba completamente perdido ¿Cómo podría volver a casa? ¿Cómo tendría el valor de presentarse ante su Padre totalmente sucio, andrajoso, hambriento y sediento. No se sentía merecedor de volver a probar el agua fresca y cristalina de su casa, pero la ansiaba como ninguna otra cosa.
Sumido en su noche más oscura, pensando incluso en el suicidio, escuchó de pronto una voz, no fuera de él, sino dentro, que dijo: “¡Vuelve!”. ¿Estaba soñando nuevamente? ¿Había escuchado lo que creía haber escuchado?. Entonces la volvió a oír nuevamente. Esta vez dijo: “¡Confía. Yo te mostraré el camino!”. No había duda, la había escuchado. A la mañana siguiente se alistó con lo poco que tenía y comenzó a caminar hacia el horizonte, sin saber exactamente hacia dónde, pero confiando que encontraría el camino de vuelta.
Durante su viaje de regreso descubrió más cosas acerca de sus sueños: El pozo era en realidad un símbolo que le indicaba su propio ser, su verdad interior y su verdadero hogar. Ya no le importaba tanto si llegaba, si no cómo recorría el camino. Se centró en si mismo en el momento presente, en el silencio dentro de él, fijando su atención en cada paso como si fuera cada metro ahondado hacia el agua viva en el fondo del pozo, en el sonido de su caminar suave pero firme como si fuera cada vuelta de manivela enrollando cuerda para acercar el cubo; en la caricia del viento sobre su cara como si fuera el acto de acercar el cubo lleno de agua a sus labios para saciarse. Se volvió todo presencia. Y en ese fluir silencioso, sentía que ya había regresado.
Y Su Padre que lo supo, que supo que se acercaba, fue a su encuentro.
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