sábado, 1 de mayo de 2021

Todo opera para el bien


Una persona se embarca en un viaje lleno de riesgos, aventuras y dificultades para encontrar una lámpara mágica, pero cuando por fin la encuentra, el Genio que vive en su interior le concede un único deseo. La persona, entonces se lo tiene que pensar muy bien, medita y por fin pide lo que cree querer; pero al escucharlo, el Genio se recluye de inmediato dentro de la lámpara. La persona, desconcertada, después de mucho esperar a que el Genio vuelva a salir para que cumpla con su deseo, decide volverse por donde había venido. ¿Por qué? ¿Cuál fue el deseo que el Genio pareció ignorar?

Lamp - Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

¿Qué mueve a una persona a embarcarse en una gran aventura sino la esperanza de lograr algún tipo de deseo? Para esta persona el deseo era el motor que le impulsó a dejar atrás lo que tenía, arriesgándose a sufrir para conseguir esas otras cosas que quería. La persona pensaba: “La lámpara me dará todo lo que quiero, y cuando lo tenga seré feliz”. Fíjate en la redundancia de su presunción: El deseo era tener algo (la lámpara) que le daría esos otros algos (cosas) que finalmente la harían feliz. Por encima de su deseo primario había colocado otros muchos deseos secundarios que tergiversaron la verdadera razón de su viaje. Así actúa la mente, dando revueltas, una tras otra, lo que hace que perdamos de vista las causas primeras, luego el hilo que las une con sus efectos, y por último que nos perdamos nosotros mismos olvidando quienes somos. 

De modo que esa persona, en un acto impulsivo, hace las maletas y se lanza a lo desconocido siguiendo una idea loca. Está firmemente esperanzada y no se rinde en su propósito de encontrar lo que busca, aunque atrás deje muchas cosas. Es el precio que tiene que pagar.

Por fin encuentra la lámpara. Su entusiasmo se sale, pero le dura poco. Cree que ese objeto mágico podrá hacer realidad todos sus deseos, aunque es una sorpresa desagradable que el Genio le diga que solamente puede pedir uno. ¡Qué frustración! Tanto esfuerzo y sufrimiento para lograr un sólo deseo, así que se lo tiene que pensar muy bien. Es el mayor momento de introspección en todo su agitado viaje porque ahora está en juego mucho; no se puede equivocar. Medita y balancea todas los posibles resultados: "si pido esto puede resultar aquello, y si pido lo otro puede resultar esa otra cosa...", así hasta que por fin cree saber lo que quiere, y sabiamente decide: "¡Quiero ser feliz!".

Entonces el Genio se mete de inmediato dentro de la lámpara. ¡Desaparece! Ya no volvió a salir de ella. La persona, atónita, esperó y esperó. No entendía nada de lo que estaba pasando y creyó que se iba a volver loca; hasta que en el momento más desesperante una luz se encendió dentro de ella y entendió que debía volverse por donde había venido. Su intuición le decía que el Genio, de alguna manera, estaba ayudándola a ser feliz. Comprendió en lo profundo que ningún deseo la haría realmente feliz y que por eso el Genio no hizo nada sino dejarla a solas consigo misma, para que pudiera percatarse de que la felicidad es una condición interna, nunca una condición externa y condicionante. Acertó en pensar que si el Genio le hubiera concedido su deseo su felicidad hubiera sido una falsa felicidad temporal, una adicción, un ídolo de barro susceptible de quebrarse en cualquier momento con cualquier acontecimiento externo. El Genio, que por eso era un genio, lo que hizo fue lo mejor para ella con el fin de que encontrara la mejor y mayor felicidad, la dicha permanente, dejando que la encontrara donde sólo se podía encontrarla, dentro se sí misma.

Camel - Gordon Johnson en Pixabay

Aquella persona dejó la lámpara donde mismo la encontró y emprendió, de manera reflexiva, el camino de regreso a casa. No hay más que decir que cuando llegó se sentía completamente dichosa. En su ensueño, había buscado la luz de una lámpara pero la terminó encontrando adentro de sí misma. Recibió el conocimiento, y con él recordó algo muy importante también, que es que la felicidad nunca se puede intercambiar ni negociar; aunque sí que se puede compartir sin pedir nada a cambio con otras personas que ya la han encontrado.

Nadie te puede hacer feliz ni tú puedes hacer realmente feliz a nadie. Por eso el Genio, con todo su poder, nunca le hubiera podido conceder la verdadera felicidad a aquella persona. Tenía que dejar que la encontrara por sí misma, y su actitud encerrándose en la lámpara fue la mejor manera. En la vida ocurren a veces circunstancias parecidas. No entendemos por qué en muchas ocasiones pareciera que nos lo estuvieran poniendo difícil, no ocurre lo que deseamos y se nos multiplican las dificultades; pero no es más que para que abramos la mente y el corazón.

Todas las cosas obran conjuntamente para el bien.
En esto no hay excepciones, salvo a juicio del ego.
(T-4.5.1 de UCdM)

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