El Reino de los Cielos se parece a un hombre que caminando con sus artilugios de pesca sobre un lago poco profundo, busca afanado qué comer. Cuando va para acá y para allá agitando las aguas no puede ver más allá de los reflejos del oleaje, y si acaso un leve atisbo del fondo enturbiado. Pero cuando se queda parado, cada vez más, las aguas se van tranquilizando hasta que llegan a un punto tal que se aquietan por completo, tornándose transparentes y lisas como el cristal. Entonces el hombre puede ver nítido a través de su superficie, hasta lo más profundo y conocer todos sus secretos. Y los peces de mil colores que antes huían y se le escapaban, ahora se le acercan y le besan los pies.
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