Si sientes terror o simplemente preocupación por algún aspecto de tu vida, es que aún no has saltado al vacío. Quieres vivir en la seguridad y aún te estás aferrando a algo que te ofrece ese espejismo llamado control. Cuando se salta de verdad al vacío, la sensación es bien contraria a la de miedo. Es la de seguridad y tranquilidad. Quizás no estés de acuerdo conmigo, pero así es como yo lo he vivido. El miedo te impide desprenderte de aquello a lo que te agarras tan firmemente, y ni el agotamiento ni la resignación son fuerzas suficientes para vencerlo. Tiene que haber antes un cambio de actitud interno, tu firme convencimiento.
Así que cuando saltas a la nada es porque tu guerra interna ya ha terminado. Lo haces con confianza. No lo puedes hacer de otra manera, ni siquiera por accidente porque los accidentes no existen, ni existe la casualidad. Todo está minuciosamente planificado en un orden superior. Saltar al vacío depende de tu convencida decisión, porque así lo has decidido.
Al saltar puede que dejes atrás muchas cosas. Muchas son físicas, visibles, y otras no tanto. Así que no siempre la gente a tu alrededor puede que note algún cambio, aunque el salto ya se ha realizado. Puede que el cambio aparente ser pequeño, sutil, pero tu tienes la certeza de que tu vida ya no volverá a ser la misma. Es un punto de inflexión, sin vuelta atrás. Así que en realidad, el salto, no tiene nada que ver con cambiar las apariencias, de ambiente, de amigos, de pareja, de trabajo, etc. ¡No! Es imposible saltar al vacío cambiando sólo las formas, las cuales son sólo efectos, dejando atrás todo eso y sustituyéndolo por cosas, lugares y personas nuevas. Eso no funciona así porque la causa, tu mismo, seguirías siendo igual. Por eso el salto precisa ser primero interno, un cambio real tuyo en la manera de mirar, no sólo intencional. Así que las cosas, exteriormente pueden o no pueden cambiar, pero lo haces tú y a partir de ahí se pueden generar una serie de cambios externos que quedan fuera de tu control. El principal, como digo, es un cambio verdadero en tu manera de ver, de verte tu mismo y por extensión, de ver el mundo.
Cuando saltas, la sensación que te queda después de toda esa lucha es la de un profundo agradecimiento, una liberación ¡Por fin! La caída, más que vértigo, entonces asemeja una sensación de levitación. No hay velocidad, el mundo parece detenerse junto con el tiempo, ir a cámara lenta, y solo queda el "Ahora".
Y en ese "Ahora" te toca empezar de nuevo pero sin planes, sin prisas, sin dudas, sin preocupación... se pierde la linealidad del tiempo que pasa a ser más una cuestión práctica, para programar actividades sin más pretensiones. Dices adiós al pasado y al futuro. El pasado se difumina como un sueño lejano y el futuro... bueno ¿a quién le importa? Aceptas la incertidumbre con emoción como nueva condición.
Ahora todo, personas y sucesos, se perciben perfectos tal como son. Empiezas a fluir con la vida al vivir en coherencia interna y nada realmente importa. Puede que de pronto te den muchas ganas de reír, de reírte de todos los miedos del pasado, de ti mismo, de la vida misma.
Alrededor parece que todo te mira y te habla de ti mismo, porque notas tu conexión con ello. Estableces una comunicación mutua porque eres tu mismo interactuando con tu propia extensión.
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