Dame tu bendición, santo hijo de Dios
1. Hoy vamos a practicar de manera diferente, y a pronunciarnos en contra de nuestra ira de modo
que nuestros temores puedan desaparecer y darle cabida al amor. He aquí la salvación, en las
simples palabras con las que practicamos la idea de hoy. He aquí la respuesta a toda tentación, pues
jamás puede dejar de darle la bienvenida al Cristo allí donde antes imperaban la ira y el miedo. Aquí
se consuma la Expiación, el mundo se transpone sin riesgo alguno y el Cielo queda restaurado. He
aquí la respuesta que te da la Voz que habla por Dios.
2. La condición natural de la mente es una de abstracción total. Mas una parte de ella se ha vuelto
antinatural. No ve todo como si fuese uno solo, sino que ve únicamente fragmentos del todo, pues
sólo de esa manera puede forjar el mundo parcial que tú ves. El propósito de la vista es mostrarte
aquello que deseas ver. Todo lo que oyes le trae a la mente únicamente los sonidos que ésta desea
oír.
3. Así fue como surgió lo concreto. Y ahora son las cosas concretas las que tenemos que usar en
nuestras prácticas. Se las entregamos al Espíritu Santo, de manera que Él las pueda utilizar para un
propósito diferente del que nosotros les conferimos. Él Sólo se puede valer, para instruirnos, de lo
que nosotros hicimos, pero desde una perspectiva diferente, a fin de que podamos ver otro propósito
en todo.
4. Un hermano es todos los hermanos. Y en cada mente se encuentran todas las mentes, pues todas
las mentes son una. Ésta es la verdad. No obstante, ¿aclaran estos pensamientos el significado de la
creación? ¿Te brindan estas palabras perfecta claridad? ¿Qué parecen ser sino sonidos huecos,
bellos tal vez, correctos en el sentimiento que expresan aunque fundamentalmente incomprendidos
e incomprensibles? La mente que se enseñó a sí misma a pensar de manera concreta ya no puede
aprehender la abstracción en el sentido del abarcamiento total que ésta representa. Necesitamos
poder ver un poco para poder aprender mucho.
5. Nos parece que es el cuerpo el que coarta nuestra libertad, el que nos hace sufrir y el que
finalmente acaba con nuestras vidas. Sin embargo, los cuerpos no son sino símbolos de una forma
específica de miedo. El miedo desprovisto de símbolos no suscita respuesta alguna, pues los
símbolos pueden representar lo que no tiene sentido. El amor, al ser verdad, no tiene necesidad de
símbolos. Pero el miedo, al ser falso, se aferra a lo concreto.
6. Los cuerpos atacan; las mentes no. Este pensamiento nos hace pensar sin duda en el texto, en el
que se subraya con frecuencia. Ésta es la razón por la que los cuerpos se convierten tan fácilmente
en símbolos del miedo. Se te ha instado en innumerables ocasiones a que mires más allá del cuerpo,
pues lo que éste ve es el símbolo del "enemigo" del amor que la visión de Cristo no ve. El cuerpo es
el blanco del ataque, ya que nadie piensa que lo que odia sea una mente. Sin embargo, ¿qué otra
cosa sino la mente le ordena al cuerpo a que ataque? ¿Qué otra cosa podría ser la sede del miedo
sino lo que piensa en el miedo?
7. El odio es algo concreto. Tiene que tener un blanco. Tiene que percibir un enemigo de tal forma
que éste se pueda tocar, ver, oír y finalmente matar. Cuando el odio se posa sobre algo, exige su
muerte tan inequívocamente como la Voz de Dios proclama que la muerte no existe. El miedo es
insaciable y consume todo cuanto sus ojos contemplan, y al verse a sí mismo en todo, se siente
impulsado a volverse contra sí mismo y destruirse.
8. Quien ve a un hermano como un cuerpo lo está viendo como el símbolo del miedo. Y lo atacará,
pues lo que contempla es su propio miedo proyectado fuera de sí mismo, listo para atacar, y
pidiendo a gritos volver a unirse a él otra vez. No subestimes la intensidad de la furia que puede
producir el miedo que ha sido proyectado. Chilla de rabia y da zarpazos en el aire deseando
frenéticamente echarle mano a su hacedor y devorarlo.
9. Esto es lo que contemplan los ojos del cuerpo en uno que el Cielo tiene en gran estima, los
ángeles aman y Dios creó perfecto. Ésta es su realidad. Y en la visión de Cristo su hermosura se ve
reflejada de una manera tan santa y tan bella que apenas podrías contener el impulso de arrodillarte
a sus pies. Mas en lugar de ello tomarás su mano, pues tú eres semejante a él en la visión que lo ve
así. El ataque que lanzas contra él es lo que es tu enemigo, pues te impide percibir que en sus manos
está tu salvación. Pídele únicamente eso y él te la dará. No le pidas que sea el símbolo de tu miedo.
¿Pedirías acaso que el amor se destruyese a sí mismo? ¿O preferirías que te fuese revelado y que te
liberase?
10. Hoy vamos a practicar de una manera que ya hemos intentado antes. Ya estás más preparado, y
hoy te acercarás más a la visión de Cristo. Si te propones alcanzarla, hoy lo lograrás. Y una vez que
la hayas alcanzado, no estarás dispuesto a aceptar los testigos que convocan los ojos del cuerpo. Lo
que verás te traerá con su cántico el recuerdo de melodías ancestrales. El Cielo no se ha olvidado de
ti. ¿No te gustaría acordarte de él?
11. Selecciona a un hermano para que sea el símbolo de los demás y pídele la salvación. Visualízalo
primero tan claramente como puedas, de la misma manera en que estás acostumbrado a verlo.
Observa su rostro, sus manos, sus pies, su ropa. Obsérvalo sonreír, y ve los gestos que le has visto
hacer tan a menudo que ya te resultan familiares. Luego piensa en esto: lo que estás viendo ahora te
impide ver a aquel que te puede perdonar todos tus pecados, arrancar con sus sagradas manos los
clavos que atraviesan las tuyas y quitar de tu ensangrentada frente la corona de espinas que tú
mismo te pusiste. Pídele lo siguiente para que él pueda liberarte: Dame tu bendición, santo Hijo de
Dios. Quiero contemplarte con los ojos de Cristo, y ver en ti mi perfecta impecabilidad.
12. Y Aquel a Quien has invocado te responderá. Pues oirá en ti la Voz que habla por Dios y te
responderá con la tuya. Contempla ahora a aquel que tan sólo habías visto como carne y hueso, y
reconoce que Cristo ha venido a ti. La idea de hoy es la manera de escaparte del miedo y de la ira.
Cerciórate de repetirla inmediatamente en caso de sentir la tentación de atacar a un hermano y de
percibir en él el símbolo de tu miedo. Y lo verás cambiar súbitamente de enemigo a salvador; de
demonio al Cristo.
* * *
Reflexión: El ejercicio de hoy trata de acercamos un poco más a la visión. Explica que la condición natural de la mente es de abstracción total. Ahora bien, en estado de sueño fragmenta la totalidad para poder seleccionar, ver y oír, los propios deseos. Así fue que se creó lo concreto, el cuerpo y todas las demás cosas y objetos. Los cuerpos se constituyen de tal manera en una forma específica de deseo (al que el ego llama amor), pero también de miedo donde proyectar la ira que el contrasentido miedo/deseo puede llegar a crear (p.e. "te amo pero me enfadaré si te pierdo o si actúas en contra de lo que yo quiero, etc."). El ego ve en el cuerpo el portador de lo que llama falsamente amor expresado en su deseo por poseerlo, y al mismo tiempo el vehículo del miedo por las razones contrarias; y entre medias aguarda expectante la desquiciada ira dispuesta a actuar a causa de tal contrasentido. Así que el ego enfoca todo en el cuerpo y lo ve como causa, no como efecto, obviando que la verdadera causa está en la mente pues es ella la que realmente ama, desea y odia. El cuerpo entonces puede pasar a amar pero también a atacar.
El verdadero amor no necesita del cuerpo. De lo que se trata hoy es de mirar más allá de él pues si miras a tu hermano como cuerpo, en algún momento no te quedará más remedio que odiarlo y atacarlo. Es la condición de la dualidad, en la que hoy estás en un extremo y mañana en el otro. Entrega pues tus pensamiento al E.S. para que te ayude a percibir a tu hermano más allá de la forma, como espíritu (haciendo un ejercicio de abstracción tal como hablamos al principio que es la mente natural), al pensar (bendecir) a nuestros hermanos como impecables, como Cristo mismo. Esta es la manera de escaparse del miedo y de la ira.
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