jueves, 29 de septiembre de 2016

La iluminación es un cuento

Por fortuna, el despertar a la consciencia en la mayoría de las personas, pareciera producirse leeentamente. Digo “pareciera” porque sólo lo parece. La consciencia siempre está ahí, escondida tras la mente, aguardando pacientemente que se diluyan los pensamientos; que se despeje el cielo de la mente para que salga el sol, aunque hay un pequeño porcentaje de personas que experimentan ésto de manera súbita. Así de golpe, la iluminación te puede matar del susto, puede que no lo soportes y te vuelvas loco de remate. Es parecido a la famosa fábula de la rana: Cuando una rana (o un sapo) cae dentro de una cazuela con agua muy, muy caliente, ésta salta inmediatamente afuera, si no, tanto sofoco la mata; la rana no soporta un cambio tan brusco. Por eso empezaba diciendo este párrafo "por fortuna". Escogí también la rana (o el sapo), que es un animal muy de fábula, de laboratorio y ensayo para este post porque la iluminación nos parece tan lejana que no deja de parecer un cuento, un mito que muchos quisieran probar y ensayar en un laboratorio.
Decía que creo que es mejor iluminarse despacito. Siguiendo con la fábula, con la misma rana (o sapo) y la misma cazuela pero puestos ambos a fuego lento: La temperatura va subiendo poco a poco y la rana, dentro, no se da realmente cuenta hasta que ya es tarde; si ahora quiere salir ya no puede porque ha entrado en zona de confort y no hay marcha atrás; se ha acostumbrado. Igualmente te vas iluminando, vas teniendo y estirando las cada vez más y más experiencias de presencia o atención plena, interrumpidas por cada vez menos pensamientos del molesto ego que no deja de incordiar, y que en algunos momentos se resistirá como gato (o gata) panza arriba; hasta que un día, sin darte cuenta, te has convertido en un rana-buda ¡Te has frito de consciencia literalmente! ¡También les has cortado las uñas al gato! Afuera nada ha cambiado. Ni siquiera huele a rana cocida ni a gato encerrado, porque sigues llevando tu vida normal y vives en el mismo sitio; a lo sumo la gente que te rodea dice que eres, o te has vuelto, un poco raro. En verdad eres un extraño ser cocinado, una mezcla de rana-buda y gato amansado.
Los adultos tenemos una gran devoción y atracción por los seres iluminados o grandes maestros de la humanidad, un anhelo por ser como ellos; el mismo o más que teníamos de pequeños por las ranas, los gatos, los príncipes y las princesas encantados de los cuentos de hadas, quizás basado en el conocimiento subconsciente de que también nosotros podemos alcanzar esos estados "mágicos" (en el caso de los cuentos, el estado de encantamiento que no de estancamiento) Esa admiración también es debida, en gran parte, a la capacidad que tienen todos estos personajes de resolver problemas físicos contra natura (hacer milagros o romper hechizos maléficos) o de encontrar soluciones a preguntas o situaciones paradójicas con gran muestra de sabiduría (que le pregunten si no al gato con botas), pero sobre todo de vivir felices y comer perdices por el resto de sus días.
Sin embargo, y como decía antes, muy probablemente, después de iluminarte sigas viviendo en el mismo sitio, rodeado de la misma gente y con los mismos problemas. Siguen existiendo asuntos que resolver y tareas que realizar, pero ya no los ves ni los haces de la misma manera; ahora todo es mucho más fácil. Por eso hay un dicho zen que dice: antes de iluminarme, sacar agua del pozo, cortar leña (y cazar ranas) pero sin saber del todo para qué. Después de iluminarte, sacar agua del pozo, cortar leña (y atrapar ranas), pero conscientemente. Ahora sabes que el agua sirve para llenar el cazo de agua que calentarás con la leña que cortas para poner adentro a tu rana ¡todo está conectado! Haciendo una analogía con el cuento de hadas, la princesa (o el príncipe), que es la iluminación, te ha besado y te has transformado en todo lo que puedes ser: un rana-buda (o un sapo-buda), una princesa o un príncipe. ¿Y acaso no lo somos si todos somos hijos del Único Rey?
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