La respuesta de Dios es alguna forma de paz. Todo dolor sana, toda aflicción queda reemplazada por la dicha. Las puertas de la prisión se abren. Y se comprende que todo pecado no es más que un simple error
1. Padre, hoy vamos a perdonar Tu mundo y a dejar que la creación sea Tuya. Hemos entendido todas las cosas erróneamente. Pero no hemos podido convertir a los santos Hijos de Dios en pecadores. Lo que Tú creaste libre de pecado ha de permanecer así por siempre jamás. Ésa es nuestra condición. Y nos regocijamos al darnos cuenta de que los errores que hemos cometido no tienen efectos reales sobre nosotros. El pecado es imposible, y en este hecho descansa el perdón sobre una base mucho más sólida que el mundo de sombras que vemos. Ayúdanos a perdonar, pues queremos ser redimidos. Ayúdanos a perdonar, pues queremos estar en paz.
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Reflexión: La respuesta de Dios a cualquier situación es siempre alguna forma de paz o dicha. Cuando no recibes ni la una ni la otra es que has equivocado el propósito que has dado a esa situación.
Puedes hacer cualquier cosa en tu vida, pero has de saber que lo que haces no es lo importante. Cuando haces algo en base a un propósito mundano quedas expuesto a las leyes del mundo; por ejemplo, realizar un importante trabajo sólo para ganar mucho dinero y pagar tu vida de lujo, o presentarte a un cargo político para obtener poder y reconocimiento.
Se ha dicho incluso que lo importante no es lo que haces sino cómo lo haces, y así puedes dedicarte a hacer lo que te gusta para disfrutarlo; pero incluso eso no suele escapar del propósito mundano de querer ser feliz aquí en la Tierra, lo que no digo que esté mal. De esa manera imaginas poder perseguir el éxito en lo tuyo, contribuir al bien de la humanidad o simplemente vivir sin estrés. Es una forma más elevada de vivir que las anteriores basada en la necesidad o la ambición, pero aún sigues atrapado en los propósitos del mundo: el deseo por algo. ¿Qué pasaría si fallaran tus expectativas al respecto?: llegado un día descubres que ya no te gusta tanto, te aburres en tu trabajo o tu socio te traiciona y te deja tirado; o puede que tu idea no contribuya al bien del mundo como esperabas, que alguien se te adelante o una multinacional se apropie de ella indebídamente; o no consigues el éxito esperado haciendo lo que te gusta, o si lo tienes es tal que te llueven los pedidos y de pronto te ves atrapado por la fama y sufriendo el estrés que querías evitar. La vida es imprevisible. Entonces, en alguna de estas situaciones piensas que quizás cometiste un error.
Lo que juzgamos por bueno y malo forma parte por igual de los propósitos del mundo porque vivimos en un mundo polarizado, dualista, y lo que parecía abrirte las puertas de la prisión no hace nada más que encerrarte en otra celda diferente, pero otra celda. Pero hay un propósito por encima de los propósitos del mundo donde no ves en tu hermano ni en ti pecado en lo malo ni errores en lo bueno porque no juzgas. Es cuando has comprendido que ni los pecados ni los errores tienen consecuencias y ves todas las situaciones como oportunidades para perdonar a los demás y para perdonarte a ti mismo. El perdón se ha convertido en tu único propósito de vida, lo que siempre termina aportándote paz y dicha.
No olvides que el único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios. Ése es el único propósito que el Espíritu Santo ve en él, y, por lo tanto, es el único que tiene. Hasta que no veas la curación del Hijo como lo único que deseas que tanto este mundo como el tiempo y todas las apariencias lleven a cabo, no conocerás al Padre, ni te conocerás a ti mismo. Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que tiene, y no te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. Sin embargo, se te ha concedido estar más allá de sus leyes desde cualquier punto de vista, en todo sentido y en toda circunstancia, en toda tentación de percibir lo que no está ahí y en toda creencia de que el Hijo de Dios puede experimentar dolor por verse a sí mismo como no es.
Se ha dicho incluso que lo importante no es lo que haces sino cómo lo haces, y así puedes dedicarte a hacer lo que te gusta para disfrutarlo; pero incluso eso no suele escapar del propósito mundano de querer ser feliz aquí en la Tierra, lo que no digo que esté mal. De esa manera imaginas poder perseguir el éxito en lo tuyo, contribuir al bien de la humanidad o simplemente vivir sin estrés. Es una forma más elevada de vivir que las anteriores basada en la necesidad o la ambición, pero aún sigues atrapado en los propósitos del mundo: el deseo por algo. ¿Qué pasaría si fallaran tus expectativas al respecto?: llegado un día descubres que ya no te gusta tanto, te aburres en tu trabajo o tu socio te traiciona y te deja tirado; o puede que tu idea no contribuya al bien del mundo como esperabas, que alguien se te adelante o una multinacional se apropie de ella indebídamente; o no consigues el éxito esperado haciendo lo que te gusta, o si lo tienes es tal que te llueven los pedidos y de pronto te ves atrapado por la fama y sufriendo el estrés que querías evitar. La vida es imprevisible. Entonces, en alguna de estas situaciones piensas que quizás cometiste un error.
Lo que juzgamos por bueno y malo forma parte por igual de los propósitos del mundo porque vivimos en un mundo polarizado, dualista, y lo que parecía abrirte las puertas de la prisión no hace nada más que encerrarte en otra celda diferente, pero otra celda. Pero hay un propósito por encima de los propósitos del mundo donde no ves en tu hermano ni en ti pecado en lo malo ni errores en lo bueno porque no juzgas. Es cuando has comprendido que ni los pecados ni los errores tienen consecuencias y ves todas las situaciones como oportunidades para perdonar a los demás y para perdonarte a ti mismo. El perdón se ha convertido en tu único propósito de vida, lo que siempre termina aportándote paz y dicha.
No olvides que el único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios. Ése es el único propósito que el Espíritu Santo ve en él, y, por lo tanto, es el único que tiene. Hasta que no veas la curación del Hijo como lo único que deseas que tanto este mundo como el tiempo y todas las apariencias lleven a cabo, no conocerás al Padre, ni te conocerás a ti mismo. Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que tiene, y no te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. Sin embargo, se te ha concedido estar más allá de sus leyes desde cualquier punto de vista, en todo sentido y en toda circunstancia, en toda tentación de percibir lo que no está ahí y en toda creencia de que el Hijo de Dios puede experimentar dolor por verse a sí mismo como no es.
(T-24.VI.4)
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