viernes, 5 de octubre de 2018

Lección 250 de Un Curso de Milagros

Que no vea ninguna limitación en mi

1. Permítaseme contemplar al Hijo de Dios hoy y ser un testigo de su gloria. Y que no trate de empañar la santa luz que mora en él y ver su fuerza menoscabada y reducida a la fragilidad; que no perciba en él las deficiencias con las que atacaría su soberanía.
2. Él es Tu Hijo, Padre Mío. Y hoy quiero contemplar su ternura en lugar de mis ilusiones. Él es lo que yo soy, y tal como lo vea a él, me veré a mí mismo. Hoy quiero ver verdaderamente, para que en este mismo día pueda por fin identificarme con él.

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Reflexión: En lecciones anteriores se dijo que ves lo que quieres ver, aunque se trata de una decisión que tomamos sin darnos cuenta. Pero ahora, como estudiantes del curso eso ha cambiado ya que sabemos que el poder de decidir reside en saber que puedes hacerlo (en la visión), pues puedes decidir lo que quieres ver, y puedes hacerlo decidiéndote por la única alternativa válida a pesar de que parezca que existen dos. Éstas son: entre lo que es verdad o lo que es ilusión; entre lo que es eterno o lo que es perecedero; entre el espíritu inmortal y la santidad o el pecado y el cuerpo mortal. Cuando eliges ver lo que es ilusorio, cambiante, pecaminoso y/o mortal, estás eligiendo desde tu ego, identificado con tu cuerpo, la alternativa que no es válidalo que es falso, por lo que no estás eligiendo nada en absoluto. Y cuando decides ver lo que es verdad, lo eterno, la santidad y lo inmortal, estás eligiendo la única alternativa que sí que es válida.

Saber que ves lo que quieres ver no sólo te permite elegir sino que también te permite saber cómo te estás considerando a ti mismo al examinar cómo ves a tu hermano. Siempre se cumple la ley "dar es lo mismo que recibir" porque como lo veas a él te verás a ti mismo. Pregúntante entonces cómo le ves. ¿Le estás imponiendo límites?. Si lo ves limitado a un cuerpo estás perdiendo tu día y tú mismo no estás yendo a ninguna parte. Alégrate de poder elegir de nuevo y poder cambiar tu visión de él. Eso es lo que se te pide hoy para poderte ver tú también sin limitación alguna. 

Lo poco que el cuerpo mantiene cercado se convierte en el yo; el cual se conserva mediante el sacrificio de todo lo demás. Y todo lo demás no puede sino perder esta pequeña parte y permanecer incompleto a fin de mantener intacta su propia identidad. En esta percepción de ti mismo la pérdida del cuerpo sería ciertamente un sacrificio. Pues ver cuerpos se convierte en la señal de que el sacrificio es limitado y de que aún queda algo que es exclusivamente para ti. Y para que esa ínfima parte te pertenezca, se demarcan límites en todo lo que es externo a ti, así como en lo que crees que es tuyo. Pues dar es lo mismo que recibir. Y aceptar las limitaciones de un cuerpo es imponer esas mismas limitaciones a cada hermano que ves. Pues sólo puedes ver a tu hermano como te ves a ti mismo.

(T-26.I.3)

Aquellos que quieren liberar a sus hermanos del cuerpo no tienen miedo. Pues han renunciado a los medios del pecado al elegir que se eliminen todas sus limitaciones. Puesto que desean ver a sus hermanos bajo el manto de la santidad, el poder de su creencia y de su fe ve más allá del cuerpo, facilitando la visión, no obstruyéndola. Pero antes de eso decidieron reconocer lo mucho que su fe había limitado su entendimiento del mundo, y desearon depositarla en otro lugar en caso de que se les ofreciese otro punto de vista. Los milagros que siguen a esta decisión nacen también de la fe. Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada del pecado se les concede la visión y se les conduce a la santidad.
(T-21.III.8)

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