sábado, 27 de octubre de 2018

Lección 265 de Un Curso de Milagros

Lo único que veo es la mansedumbre de la creación

1. Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada. ¡Qué feroces parecían! ¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! Hoy veo el mundo en la mansedumbre celestial con la que refulge la creación. En él no hay miedo. No permitas que ninguno de mis aparentes pecados nuble la luz celestial que refulge sobre el mundo. Lo que en él se refleja se encuentra en la Mente de Dios. Las imágenes que veo son un reflejo de mis pensamientos. Pero mi mente es una con la de Dios. Por lo tanto, puedo percibir la mansedumbre de la creación.
2. En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual refleja únicamente Tus Pensamientos, así como los míos. Concédaseme recordar que son lo mismo, y veré la mansedumbre de la creación.
* * *
Reflexión: La Mansedumbre significa quietud así que hoy se te invita a ella para recordar a Dios. La importancia de la quietud viene recogida en diferentes textos espirituales. Por ejemplo:  

"Aquiétate y recuerda que YO SOY Dios". 
                                                            Salmos 46.10

Ieoshúa (Jesús) ha dicho: Si os dicen "¿De donde venís?", decidles "Hemos venido de la luz, el lugar donde la luz se ha originado por sí misma, él se puso de pie y se reveló en las imágenes de ellos." Si os dicen "¿Quiénes sois?", decid "Somos los Hijos de El y somos los escogidos del Padre viviente." Si os preguntan "¿Cuál es el signo en vosotros de vuestro Padre?", decidles "Es movimiento con reposo."
Evangelio apócrifo de Tomás.57


El texto de Salmos sin más indicaciones pareciera referirse a la quietud física, o al menos así ha sido infinidad de veces interpretado. Mucha gente utiliza esta cita para invitar a la meditación silenciosa. Eso está muy bien si te ayuda a encontrar cierta tranquilidad interior, pero en el evangelio de Tomás se da a entender que no se trata sólo de la quietud corporal. De hecho, el mérito es alcanzar un estado de reposo o quietud en medio del ajetreo de tu vida cotidiana, pues la quietud del cuerpo no significa nada si no disfrutas de paz mental. Por eso es que se habla de "movimiento con reposo". Recuerda que el cuerpo seguirá siempre a la mente pues la causa radica en la mente y lo que haya en ésta luego se reflejará como efecto en el cuerpo. Un loco puede llevar puesta una camisa de fuerza pero seguirá estando loco.

Dicho lo anterior, la quietud, la mansedumbre, el reposo, la indefensión o como quieras llamarlo, no son debilidad, son auténtico poder y fortaleza pues no sienten miedo y por ello no se sienten atacadas.


El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena. No puede venir allí donde hay conflicto, pues una mente en pugna consigo misma no puede recordar la mansedumbre eterna.
(T-23.I.1:2)

La mansedumbre viene con el perdón. Si cualquier situación todavía te altera eso quiere decir que aún no has perdonado en ella todo lo que tienes que perdonar. En tu subconsciente aún quedan restos de inseguridades, culpa y miedos por sanar.

¿Deseas una quietud que no pueda ser perturbada, una mansedumbre eternamente invulnerable, una profunda y permanente sensación de bienestar, así como un descanso tan perfecto que nada jamás pueda interrumpirlo? El perdón te ofrece todo eso y más.
(L-pl1.122.1:6)

Cuando esparces mansedumbre, obtienes mansedumbre.

La única seguridad radica en extender el Espíritu Santo porque a medida que ves Su mansedumbre en otros, tu propia mente se percibe a sí misma como totalmente inofensiva. Una vez que puede aceptar esto completamente, no ve necesidad alguna de protegerse. La protección de Dios alborea entonces sobre ella, asegurándole que está perfectamente a salvo para siempre. Los que están perfectamente a salvo son completamente benévolos.
(T-6.III.3.1:2)

Lo contrario también es cierto. El refranero popular lo recoge de la siguiente manera: "El que siembra vientos, recoge tempestades"

1. Para los maestros de Dios el daño es algo imposible. No pueden infligirlo ni sufrirlo. El daño es el resultado de juzgar. Es el acto deshonesto que sigue a un pensamiento deshonesto. Es un veredicto de culpabilidad contra un hermano, y por ende, contra uno mismo. Representa el fin de la paz y la negación del aprendizaje. Demuestra la ausencia del plan de aprendizaje de Dios y el hecho de haber sido substituido por la demencia. Todo maestro de Dios tiene que aprender -y bastante pronto en su proceso de formación- que hacer daño borra completamente su función de su conciencia. Hacer daño le confundirá, le hará abrigar sospechas y sentir ira y temor. Hará que le resulte imposible aprender las lecciones del Espíritu Santo. Tampoco podrá oír al Maestro de Dios, Quien sólo puede ser oído por aquellos que se dan cuenta de que hacer daño, de hecho, no lleva a ninguna parte, y de que nada provechoso puede proceder de ello. Los maestros de Dios, por lo tanto, son completamente mansos.
2. Necesitan la fuerza de la mansedumbre, pues gracias a ella la función de la salvación se vuelve fácil. Para los que hacen daño, llevar a cabo dicha función es imposible. Pero para quienes el daño no tiene significado, la función de la salvación es sencillamente algo natural. ¿Qué otra elección sino ésta tiene sentido para el que está en su sano juicio? ¿Quién, de percibir un camino que conduce al Cielo, elegiría el infierno? ¿Y quién elegiría la debilidad que irremediablemente resulta de hacer daño, cuando puede elegir la fuerza infalible, todo-abarcante e ilimitada de la mansedumbre? El poder de los maestros de Dios radica en su mansedumbre, pues han entendido que los pensamientos de maldad no emanan del Hijo de Dios ni de su Creador. Por lo tanto, unen sus pensamientos a Aquel que es su Fuente. Y así, su voluntad, que siempre fue la de Dios, queda libre para ser como es.
(M-4.IV)

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