jueves, 18 de octubre de 2018

Lección 262 de Un Curso de Milagros

No dejes que hoy perciba diferencias

1. Padre, tienes un solo Hijo. Y es a él a quien hoy deseo contemplar. Él es Tu única creación. ¿Por qué habría de percibir miles de formas en lo que sigue siendo uno solo? ¿Por qué habría de darle miles de nombres, cuando con uno solo basta? Pues Tu Hijo tiene que llevar Tu Nombre, ya que Tú lo creaste. No permitas que lo vea como algo ajeno a su Padre o a mí. Pues él es parte de mí, así como yo de él, y ambos somos parte de Ti que eres nuestra Fuente. Estamos eternamente unidos en Tu Amor y somos eternamente el santo Hijo de Dios.
2. Nosotros que somos uno, queremos reconocer en este día la verdad acerca de nosotros mismos. Queremos regresar a nuestro hogar y descansar en la unidad. Pues allí reside la paz, la cual no se puede buscar ni hallar en ninguna otra parte.

* * * 
Reflexión: El ejercicio de hoy vuelve a tocar el tema del cuerpo de igual modo que lo hizo el ejercicio anterior, aludiendo a él de manera indirecta. Es, en definitiva, un recurso para trascenderlo (centrándonos así en lo que es y no en lo que no es), y una invitación a la curación de nuestra mente, la cual no consiste en dejar de ver cuerpos cerrando los ojos o desviando la mirada hacia otro lado cada vez que te encuentras con alguien cara a cara o con gente por la calle; no. A Cristo se le ve con la visión del entendimiento (Se le ve en la luz, diría el curso), con la visión de la mente recta. Observas al otro y sí, tu sentido visual te muestra un cuerpo, pero tu ya sabes que es sólo una apariencia. El Ser en ti no se deja confundir porque estando presente, es consciente de que ahí no hay nadie más, de que te estás observando a ti mismo. 

1. El Cristo en ti no habita en un cuerpo. Sin embargo, está en ti. De ello se deduce, por lo tanto, que no estás dentro de un cuerpo. Lo que se encuentra dentro de ti no puede estar afuera. Y es cierto que no puedes estar aparte de lo que constituye el centro mismo de tu vida. Lo que te da vida no puede estar alojado en la muerte, de la misma manera en que tú tampoco puedes estarlo. Cristo se encuentra dentro de un marco de santidad cuyo único propósito es permitir que Él se pueda poner de manifiesto ante aquellos que no le conocen y así llamarlos a que vengan a Él y lo vean allí donde antes creían estaban sus cuerpos. Sus cuerpos entonces desaparecerán, de modo que Su santidad pase a ser su marco.
2. Nadie que lleve a Cristo dentro de sí puede dejar de reconocerlo en ninguna parte. Excepto en cuerpos. Pero mientras alguien crea estar en un cuerpo, Cristo no podrá estar donde él cree estar. Y así, lo llevará consigo sin darse cuenta, pero no lo pondrá de manifiesto. Y de este modo no reconocerá dónde se encuentra. El hijo del hombre no es el Cristo resucitado. El Hijo de Dios, no obstante, mora exactamente donde el hijo del hombre está, y camina con él dentro de su santidad, la cual es tan fácil de ver como lo es la manifestación de su deseo de ser especial en su cuerpo.
3. El cuerpo no tiene necesidad de curación. Pero la mente que cree ser un cuerpo, ciertamente está enferma. Y aquí es donde Cristo suministra el remedio. Su propósito envuelve al cuerpo en Su luz y lo llena con la santidad que irradia desde Él. Y nada que el cuerpo diga o haga deja de ponerlo a Él de manifiesto. De este modo, el cuerpo lleva a Cristo, dulce y amorosamente, ante aquellos que no lo conocen, para así sanar sus mentes. Tal es la misión que tu hermano tiene con respecto a ti. Y tu misión con respecto a él no puede sino ser la misma.
(T-25.Introducción)

Y esta es otra lectura dentro del mismo capítulo que también recomiendo para acompañar el ejercicio de hoy:

4. (...) No confundas la forma con el contenido, pues la forma no es más que un medio para el contenido. Y el marco no es sino un medio para sostener el cuadro de manera que éste se pueda ver. Pero el marco que oculta al cuadro no sirve para nada. No puede ser un marco si eso es lo que ves. Sin el cuadro, el marco no tiene sentido, pues el propósito de éste es realzar el cuadro, no a sí mismo.
5. ¿Quién colgaría un marco vacío en la pared y se pararía delante de él contemplándolo con la más profunda reverencia, como si de una obra maestra se tratase? Mas si ves a tu hermano como un cuerpo, eso es lo que estás haciendo. La obra maestra que Dios ha situado dentro de este marco es lo único que se puede ver. El cuerpo la contiene por un tiempo, pero no la empaña en absoluto. Mas lo que Dios ha creado no necesita marco, pues lo que Él ha creado, Él lo apoya y lo enmarca dentro de Sí Mismo. Él te ofrece Su obra maestra para que la veas. ¿Preferirías ver el marco en su lugar y no ver el cuadro?
6. El Espíritu Santo es el marco que Dios ha puesto alrededor de aquella parte de Él que tú quisieras ver como algo separado. Ese marco, no obstante, está unido a su Creador y es uno con Él y con Su obra maestra. Ése es su propósito, y tú no puedes convertir el marco en el cuadro sólo porque elijas ver el marco en su lugar. El marco que Dios le ha proporcionado apoya únicamente Su propósito, no el tuyo separado del Suyo. Es ese otro propósito que tienes lo que empaña el cuadro, y lo que, en lugar de éste, tiene al marco en gran estima. Mas Dios ha ubicado Su obra maestra en un marco que durará para siempre, después de que el tuyo se haya desmoronado y convertido en polvo. No creas, no obstante, que el cuadro será destruido en modo alguno. Lo que Dios crea está a salvo de toda corrupción y permanece inmutable y perfecto en la eternidad.
7. Acepta el marco de Dios en vez del tuyo y verás la obra maestra. Contempla su belleza, y entiende la Mente que la concibió, no en carne y hueso, sino en un marco tan bello como Ella Misma. Su santidad ilumina la impecabilidad que el marco de las tinieblas oculta, y arroja un velo de luz sobre la faz del cuadro que no hace sino reflejar la luz que desde ella se irradia hacia su Creador. No creas que por haberla visto en un marco de muerte esta faz estuvo jamás nublada. Dios la mantuvo a salvo para que pudieses contemplarla y ver la santidad que Él le otorgó.
(T-25.II.4:7)
Recuerda que siempre verás lo que quieras ver. Es una ley inexorable. Y lo que veas dará testimonio de ti mismo.
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