Amar a mi Padre es amar a Su Hijo
1. Que no piense que puedo encontrar el camino a Dios si abrigo odio en mi corazón. Que no piense que puedo conocer a mi Padre o a mi ser, si trato de hacerle daño al Hijo de Dios. Que no deje de reconocerme a mí mismo, y siga creyendo que mi conciencia puede abarcar lo que mi Padre es o que mi mente puede concebir todo el amor que Él me profesa y el que yo le profeso a Él.
2. Aceptaré seguir el camino que Tú elijas para que yo venga a Ti, Padre Mío. Y no podré por menos que triunfar porque así lo dispone Tu Voluntad. Y reconoceré que lo que Tu Voluntad dispone, y sólo eso, es lo que la mía dispone también. Por lo tanto, elijo amar a Tu Hijo. Amén.
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Reflexión:
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas."
Mateo 22:36-40
El camino hacia Dios parte de ti y pasa por tu Hermano inevitablemente. No puedes amar a Dios, odiarte tú y odiar a tu hermano porque ambos sois la misma creación de Dios. Y aunque creas que tú puedes amarte a ti mismo pero no amar a uno sólo de tus hermanos, tu amor por ti mismo no será amor, será egoísmo; y eso porque aún existe una base de miedo de dimensiones desconocidas oculta dentro de ti. Entonces es necesario desenterrarla observando lo que sientes y poniéndote bajo la guía del Espíritu Santo para que Él la deshaga.
Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo y desvanecerlo sin que tú tuvieses necesidad de traerlo a la conciencia. Hay, no obstante, un obstáculo adicional que has interpuesto entre la Expiación y tú. Hemos dicho que nadie toleraría el miedo si lo reconociese. Pero en tu trastornado estado mental no le tienes miedo al miedo. No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo que realmente te asusta. Tu hostilidad no te perturba seriamente. La mantienes oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. Podrías examinar incluso la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.
(T-13.III.1)
Lo que la Voluntad de Dios dispone es que ames al Hijo en su totalidad, pero esa Voluntad empieza por reconocerte tú como Su Hijo sabiendo que tu voluntad es la misma que la del Padre. Por eso no aceptes ser otra cosa. En esto no cabe excepciones.
Tú eres la Voluntad de Dios. No aceptes nada más como tu voluntad, pues, de lo contrario, estarás negando lo que eres. Niega lo que eres y atacarás, al creer que has sido atacado. Mas ve el Amor de Dios en ti y lo verás en todas partes porque está en todas partes. Ve Su abundancia en todos y sabrás que estás en Él junto con todos tus hermanos. Ellos forman parte de ti, tal como tú formas parte de Dios. Cuando no entiendes esto, te sientes tan solo como se siente Dios Mismo cuando Sus Hijos no lo conocen. La paz de Dios radica en entender esto. Sólo hay una manera de escaparse del pensamiento del mundo, del mismo modo en que sólo hubo una manera de adentrarse en él: entendiendo totalmente al entender la totalidad.
(T-7.VII.7)
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