miércoles, 13 de marzo de 2019

Lección 341 de Un Curso de Milagros

Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo

1. Padre, Tu Hijo es santo. Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad. Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en inocencia tan perfecta que el Señor de la Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensamiento que le brinda Su plenitud.
2. No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra que Dios nos ha dado. Y en su benévolo reflejo nos salvamos.
* * * 
Reflexión: No puedes destruir tu esencia puesto que es dada por Dios, y lo que Él crea es eterno. Sólo puedes atacar tu personalidad y generarte sufrimiento inútilmente. Cuando lo haces atacas tu propia impecabilidad sin resultado, pues ésta te mantiene a salvo. No puedes afectar a lo divino sino imaginariamente. Sólo lo ilusorio, lo fabricado por ti, es susceptible de ser atacado y destruido, aunque ésto también es ilusorio; en eso se basa el miedo, en la creencia en la pérdida y la separación, y es por lo que el miedo no existe en absoluto. Vivimos un sueño donde la personalidad, el héroe de ese sueño, es el papel que representamos. Una vez acabada la función el personaje termina desapareciendo tras el telón para diluirse en la nada, aunque para el escenario que es el mundo, los personajes lo son todo. Por eso hay que vivir en el mundo anclados a la impecabilidad sin dejar que aquel viva en nosotros, para no morir cuando acabe su representación.
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