Ésto que cuento aquí me sucedió de verdad.
El otro día entré en una tienda de ropa de una famosa marca a comprarme un pantalón. Ahora las prendas vienen todas con la talla para diferentes países, y marcaba una en grande por la que me dejé guiar. No era la mía; así que tuve que coger 9 pantalones y desvestirme 3 veces en el probador para encontrar lo que quería. Cuando quise salir se me antojaba un poco tarde, casi no había gente en el interior, pagué en caja y me dirigí a una de las 4 puertas del establecimiento. Me detuve justo enfrente de una de ellas pero la puerta no se abrió. Pensé que la habían desconectado o que estaba averiada. Me desplacé frente a la segunda puerta y tampoco se abría. Hice un gesto con los brazos, ¡nada!. Supuse que como era un poco tarde las habían cerrado, aunque recordé que la cajera me dijo que no lo hacían hasta llegada las diez y aún faltaban tres cuartos de hora. Entonces me dirigí a la tercera puerta y tampoco se abrió. Agite los brazos con fuerza por encima del cuerpo pero no funcionó. Me empecé a mosquear bastante y pensé que debía ser una medida de seguridad para filtrar todo el tránsito de la tienda por un sólo lugar; así podían controlar mejor los posibles robos. Por fin me desplacé a la última puerta y... ¡tampoco se abrió!. Me puse a imitar enfrente de ella ese baile esperpéntico del Chiquilicuatre y nada de nada. Avergonzado me giré hacia el interior, pero por suerte nadie me había visto haciendo el payaso, pero no entendía por qué me habían encerrado. No había robado nada y nadie me observaba. La poca gente que había y los empleados parecían estar abstraídos en sus asuntos. Me volví y miré otra vez a la puerta, fijamente, ¡y entonces me di cuenta que era giratoria!, como las otras tres. Había que empujarla. Salí desternillándome de la risa y de lo despistado que es uno a veces.
Moraleja: Cuando parece que estás encerrado en un callejón sin salida, suele ser la mente que no te deja ver. La vida siempre mantiene alguna puerta abierta, pero no esperes encontrarla a todas horas de par en par. Nos gusta ver como se nos abren las puertas automáticamente a nuestro paso allá hacia donde queremos ir, pero en ocasiones necesitan un poco de tu colaboración y tú tienes que empujarla.
El otro día entré en una tienda de ropa de una famosa marca a comprarme un pantalón. Ahora las prendas vienen todas con la talla para diferentes países, y marcaba una en grande por la que me dejé guiar. No era la mía; así que tuve que coger 9 pantalones y desvestirme 3 veces en el probador para encontrar lo que quería. Cuando quise salir se me antojaba un poco tarde, casi no había gente en el interior, pagué en caja y me dirigí a una de las 4 puertas del establecimiento. Me detuve justo enfrente de una de ellas pero la puerta no se abrió. Pensé que la habían desconectado o que estaba averiada. Me desplacé frente a la segunda puerta y tampoco se abría. Hice un gesto con los brazos, ¡nada!. Supuse que como era un poco tarde las habían cerrado, aunque recordé que la cajera me dijo que no lo hacían hasta llegada las diez y aún faltaban tres cuartos de hora. Entonces me dirigí a la tercera puerta y tampoco se abrió. Agite los brazos con fuerza por encima del cuerpo pero no funcionó. Me empecé a mosquear bastante y pensé que debía ser una medida de seguridad para filtrar todo el tránsito de la tienda por un sólo lugar; así podían controlar mejor los posibles robos. Por fin me desplacé a la última puerta y... ¡tampoco se abrió!. Me puse a imitar enfrente de ella ese baile esperpéntico del Chiquilicuatre y nada de nada. Avergonzado me giré hacia el interior, pero por suerte nadie me había visto haciendo el payaso, pero no entendía por qué me habían encerrado. No había robado nada y nadie me observaba. La poca gente que había y los empleados parecían estar abstraídos en sus asuntos. Me volví y miré otra vez a la puerta, fijamente, ¡y entonces me di cuenta que era giratoria!, como las otras tres. Había que empujarla. Salí desternillándome de la risa y de lo despistado que es uno a veces.
Moraleja: Cuando parece que estás encerrado en un callejón sin salida, suele ser la mente que no te deja ver. La vida siempre mantiene alguna puerta abierta, pero no esperes encontrarla a todas horas de par en par. Nos gusta ver como se nos abren las puertas automáticamente a nuestro paso allá hacia donde queremos ir, pero en ocasiones necesitan un poco de tu colaboración y tú tienes que empujarla.
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